Taller de prensa
Resúmen de la comunicación presentada al
IV CONGRESO DE CRONISTAS DE LA PROVINCIA DE JAÉN POR D. MANUEL
LÓPEZ PÉREZ, CRONISTA OFICIAL DE LOS VILLARES
Jaén 1997
lunes, 16 de diciembre de 2013
NUESTRO PASADO Un villariego del 98: D. Manuel Narciso Gómez Luque (Héroe de Cuba y canónigo “por méritos de guerra”)
La larga y penosa campaña que culminó en 1898 con la pérdida de Cuba y
Filipinas, presenta una abundante galería de tipos y figuras merecedoras de
cumplidas semblanzas. Como todos los pueblos españoles, Los Villares también
mandó algunos de sus hijos a Cuba y Filipinas. De uno de ellos, ejemplo clásico
del español aventurero y contradictorio, queremos esbozar su semblanza. Se
traba de D. Manuel Gómez Luque, primero militar, luego clérigo, en el
intermedio héroe y finalmente honroso titular de una canongía, insólitamente
ganada “por méritos de guerra”. Nace circunstancialmente en Alcalá la Real, en1861, donde residió escaso tiempo. Tanto sus padres como sus abuelos eran de
Los Villares. Por eso él se consideró siempre hijo de Los Villares. La precariedad
de medios en su familia le llevó a marchar muy joven a Cuba, coincidiendo con
un momento en que se reactivaba la insurrección en la Gran Antilla. Ello le
ofreció la oportunidad de labrarse un porvenir en la milicia. Tenía solo 17 años.
Entonces aprovechando la reorganización que se hacía en las fuerzas que
garantizaban la paz en la isla, ingresa en la Guardia Civil. Manuel Narciso era
hombre de acción y se manejaba con habilidad y valor. Por eso rápidamente
hizo una brillante carrera: cabo, cabo 1o y sargento, empleos todos ganados
por méritos de guerra. Mas cuando su futuro parecía estar en conseguir las
estrellas de oficial, el Señor le salió al paso. Y en el curso 1885/86 ingresa en el
seminario de Santiago de Cuba, aplicándose con decisión al estudio alcanzando
un limpio expediente con notas de Beneméritas y Meritísimus. En 1893 es
ordenado sacerdote, desarrollando su labor pastoral en las parroquias de Santa
Susana de Caney y de la Trinidad, ambas de Santiago. Finalmente en 1895,
pasó como capellán de coro a la Catedral Metropolitana de Santiago de Cuba.
Como vemos, una carrera tan fulgurante como la que hizo en la Guardia Civil.
Sin embargo, muy pronto su vida sufriría un duro cambio. La guerra de Cuba se
había reactivado, y lo que es peor, en 1898 Estados Unidos entra en la
contienda. D. Manuel Narciso siente renacer sus vivencias castrenses y se
alista en una de las unidades de voluntarios organizadas para apoyar la exigua
guarnición de Santiago de Cuba. El general gobernador de la plaza, D. Arsenio
Linares, ante la difícil situación, se plantea un cerco defensivo a base de
posiciones avanzadas. En una de ellas, la del poblado de Caney, sólo vuelven
80 hombres. Entre ellos nuestro paisano. Ante la gravedad el General Linares,
al frente de una menguada tropilla desde la Loma de San Juan trata de frenar el
avance norteamericano. La lucha es brutal. El General Linares tratando de
infundir valor con su ejemplo cae gravemente herido y hubiese muerto si no
llega a contar con la audacia de D. Manuel Narciso que consigue evacuarlo.
Hasta 80 heridos había rescatado y evacuado sobre sus hombros, salvándoles
de una muerte cierta. La Loma de San Juan cae también. Y el 16 de Julio de
1898 Santiago de Cuba ha de capitular ante el enemigo. Manuel Narciso es
testigo de de la ceremonia castrense de la entrega de la plaza. La guerra de
Cuba se ha perdido. Manuel-Narciso Gómez Luque es citado como “muy
distinguido” y el Estado Mayor recomienda “se tengan en cuenta los deseos del
interesado, incluyéndose como capellán en uno de los batallones que se
embarquen para España”. Y a España vuelve en el vapor “Isla de Panay”
llegando a la Coruña el seis de Septiembre de 1898. La repatriación supone
para el clérigo Gómez Luque un preocupante conflicto personal. Buscando el
amparo familiar solicita dos meses de licencia y vuelve a Jaén. El uno de
octubre de 1898 se le certifica destino como “capellán del cuerpo de
voluntarios” y en veintitrés de noviembre se le agrega al Vicario Castrense de
la Capitanía General de Sevilla, a efectos de haberes. Trata de consolidar su
situación en el empleo de capellán castrense pero el Vicariato General
Castrense informa que ni tiene ni ha tenido la consideración de capellán
castrense. Desde Los Villares, donde se acoge al calor de familiares y amigos,
busca una salida a su situación y la encuentra en el apoyo del obispo Don
Victoriano Guissasola, que acogió afablemente a Don Manuel-Narciso y tan
pronto como pudo lo designó el cinco de noviembre de 1898 económico de la
parroquia de San Pedro Advíncula de Escañuela. El uno de Marzo de 1889 llega
como coadjutor al pueblo de los suyos, a la parroquia de San Juan Bautista, en
Los Villares. No era ciertamente ninguna prebencia especial. Los Villares concuatro mil almas escasas, era un pueblo modesto y sencillo, con escasos
alicientes. Tenía la ventaja de gozar del respeto y aprecio de sus paisanos y de
tener próximo el calor de su familia. Don Manuel-Narciso se instaló en Los
Villares y se entregó con celo y diligencia a su actividad pastoral. Eso sí, sin
descuidar sus contactos con amistades e influencias, entre ellas las del general
Arsenio Linares Pombo, antiguo gobernador de Santiago de Cuba que una vez
repatriado ocupa empleos de prestigio y autoridad, entre ellos el de Ministro de
la guerra. El general Linares tenía una deuda de vida con el heroico capellán,
que un día aciego le rescató heróicamente de muerte segura. Y deseaba
responder a tan noble gesto, pues le dolía que Don Manuel-Narciso terminara
vegetando en un pueblecito andaluz. Por eso movió influencias en la Corte y
consiguió en 1901 que la Junta de Recompensas le propusiera para ocupar una
futura canongía por la insólita vía de “méritos de guerra”. No hubo de esperar
mucho, pues en 19 de mayo de 1903 S.M. El Rey Don Alfonso XIII le presentaba
para ocupar una canongía en la Catedral de Lugo. Rápidamente Don Manuel-
Narciso arregló sus papeles y con ellos, el 8 de junio de 1903 tomaba prosesión
de la canongía en la S. I. Catedral – Basílica de Lugo, cuando contaba con 42
años de edad. Muy pronto sus dotes humanas y su vasta cultura le granjearon
amistades y simpatías y le integraron plenamente en la sociedad afable y
provinciana de la ciudad gallega. Y en Lugo, en paz con Dios y con los hombres
vivió largos años. Cumplió con diligencia y celo sus deberes como capitular,
hizo el bien que pudo, se entregó a su tierra adoptiva... Algunos días, en la
cordial tertulia de la sala familiar de su vivienda rememoraba en la placidez de
la tertulia vespertina aquellos años de briosa juventud pasados en Cuba...,
aquellos miedos y temores de la batalla del Caney. O describía, a quien quería
oírle, las bellezas naturales de su pueblo de Los Villares. Así vivió hasta que a
las 6 de la mañana de un 22 de julio de 1933 entregó su alma a Dios, a los 72
años de edad. Años después, en 1949, su ahijado-sobrino D. Narciso Peinado,
cumpliendo un deber de gratitud, gestionó el reposo definitivo de sus cenizas
en el nicho 48 del Panteón de Canónigos en el bello claustro catedralicio. Allí,
muy cerca de donde duerme un sueño de siglos el bendito San Eufrasio, Patrón
de la Diócesis de Jaén, espera la resurrección, olvidado de los suyos, ignorado
de sus paisanos, aquel villariego ilustre que en vida se llamó D. Manuel-Narciso
Gómez Luque, sacerdote y héroe del 98. Un personaje insólito que fue, para su
gloria, nada más y nada menos que “canónigo por méritos de guerra”.
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