Para ayudarnos a conocer la historia de nuestra localidad y su entorno
contamos con la valiosa ayuda de D. Manuel López Pérez, Cronista Oficial de
Los Villares. D. Manuel vivió su adolescencia y juventud en nuestro pueblo y
desde entonces se dedica a investigar su pasado. En 1969 consigue el premio
nacional “Primeras llamadas a los Pueblos” por un estudio sobre Pedro delAlcalde. En la actualidad pertenece a diversas instituciones y corporaciones
culturales. Es autor de varios trabajo históricos y de libros como: “Las cartas de
D. Rafael”, “Jaén: calles con encanto”, “Jaén en la distancia”... En 1995 la
Corporación Municipal le designa Cronista Oficial de Los Villares.
Nuestro
agradecimiento a D. Manuel por su trabajo y su colaboración al pueblo
y al periódico. “Uno de los objetivos que toda persona debemos formularnos
en nuestra vida es habituarnos a conocer, valorar y comprender las múltiples
cosas -grandes o pequeñas- que conforman el pueblo donde nacimos o donde
vivimos. En nuestro caso concreto, Los Villares ofrece un largo y amplio
repertorio de valores históricos, artísticos, costumbristas, etnológicos,
naturales, etc, que cada uno, en la medida de nuestras posibilidades, debemos
resaltar y divulgar. En mi condición de cronista quiero llamar la atención sobre
un enclave muy popular en el término municipal de Los Villares, pero
escasamente valorado. Me refiero a “La Puente Baja”. Se localiza este enclave
a poco más de un Kilómetro del pueblo, donde el Río Frío recibe la torrentera
del Arroyo de los Puercos y se cruza con la carretera que viene desde Jaén. Es
lugar de grata belleza natural, donde las suaves lomas que bordean el río
empiezan a encresparse para convertirse a poco en ese impresionante
monumento natural que son las Cimbras, por donde el río se adentra en el
término de Jaén. Desde tiempo inmemorial existieron una serie de rústicas,
pero eficaces, vías de comunicación denominadas cañadas reales, cordeles y
veredas, que posibilitaban el tránsito de unos lugares a otros, fomentando las
relaciones humanas y comerciales y sobre todo los desplazamientos de los
rebaños, entonces básicos en la organización comercial, industrial y
agroalimentaria de los pueblos. Por eso, desde su creación en 1273 hasta su
extinción en 1836, el Honrado Consejo de la Mesta veló rigurosamente por el
mantenimiento y el buen uso de estos caminos. Una de aquellas vías de
comunicación era la Cañada Real que partía de un descansadero y aguadero de
ganado sito en el término de Jaén en el paraje conocido por “Pilas de
Riocuchillo”, seguía por la falde de Jabalcuz hasta alcanzar el “Portichuelo de
Castro” y desde allí descendía hasta llegar a Los Villares, donde se unía con
otra cañada que procedía de Martos. Esta cañada gozó de gran importancia a
partir del siglo XV, pues una vez conquistado para Castilla el reino nazarí de
Granada, hacía posible la comunicación Jaén-Granada a través de la ruta Jaén-
Los Villares-Valdepeñas-Castillo Locubín-Alcalá la Real. Fue pues un camino
muy utilizado en tiempos medievales por los ganaderos, empleado una y otra
vez en las expediciones logísticas y militares que precedieron a la campaña de
los Reyes Católicos para conquistar Granada y frecuentado de forma habitual
cuando en el siglo XVI se plantea el gran proyecto de la colonización de la
hasta entonces abrupta y solitaria Sierra de Jaén. Cuando esta cañada real
bajaba de las estribaciones del Portichuelo se encontraba con un problema
natural: el cruce del Río Frío. En épocas normales no existía mayor problema
porque el río, por su escaso caudal, que aquí se extendía en razón a la baja
cota del terreno, era fácilmente vadeable dado su poca profundidad. Pero en
años de lluvias el caudal aumentaba y además en la angostura de “Los
Remansos”, junto al viejo molino del Romano, las avenidas solían formar una
presa natural a base de las ramas, troncos y piedras que arrastraba, con lo que
el río experimentaba una notable recrecida cuya cola llegaba precisamente a la
cañada real, cortando el paso. Por eso se hizo necesario construir un sólido
puente que permitiera tener siempre libre y expédito el camino Jaén-Los
Villares. Nació así el denominado “Puente de Los Villares”, que ya bien
avanzado el siglo XVI y creado y habitado el pueblo, se comenzó a conocer por“La Puente Baja”, para diferenciarlo de otros puentes existentes en el curso
alto del río. Desconocemos cuando se alzó tal puente. Algunos, con evidente
ligereza, lo han datado en época romana, lo cual no es probable. Ya el
historiador villariego Eduardo Campos (1870-1957) lo señalaba cuando escribía
en 1922: “...se ha dicho que no pertenecía a la época romana, sino que estaba
levantada en tiempos posteriores, quizás hacia el evo medieval y seguramente
por alarifes pertenecientes a la Edad Media..” Y así debió ser. La Puente Baja
debió construirse a expensas del Concejo de Jaén en la Edad Media. Fue muy
utilizada y por su posición geográfica debió señalizar un descansadero de gran
amplitud, que marcaba el final de una etapa de camino ya que aun no se había
levantado el pueblo. Un texto tan significativo como los “Hechos del
Condestable”, al consignar una de las expediciones guerreras que la gente de
Jaén acaudillada por el Condestable D. Miguel Lucas de Iranzo dirigió contra los
moros de Montefrío, en el reino de Granada, hace esta referencia datada en
lunes 16 enero de 1463, víspera de San Antón: “.. E luego el lunes en la tarde
partió de Jaén el Condestable con hasta seiscientos rocines y dos mil hombres
de pie y muchos paveses y escalas y lombardas y serpentinas y otras artillerías
de guerra y fue a dormir a La Puente de Los Villares, que es a una legua de
Jaén, camino de Alcalá la Real por la Sierra, con la mayor alegría que se podría
pensar ni decir y con tanto secreto que personas de cuantas iban con él no
sabían donde iban...”. La cita nos indica pues el simbolismo referencial que
tenía la Puente Baja en el siglo XV. Su utilidad práctica era indudable y en las
actas del Ayuntamiento de Jaén, a quien correspondía el mantenimiento y
conservación del puente, es frecuente localizar acuerdos a ello referentes,
tomados sin duda tras algunas lluvias torrenciales. Así, en el acuerdo de 14 de
octubre de 1500 consta que los regidores de la capital: “...mandaron tomar de
los maravedíes de la obra (...) dos o tres mil maravedíes para adobar la Puente
de Los Villares (...) e después se tornará a la obra los dichos maravedíes..”. Y
en otro acuerdo de 30 de enero de 1555 se dice: “...En este día la ciudad
mandó que Francisco de Escalona, albañil, vaya a ver la Puente de Los Villares
y el daño que tiene y reparo que le es menester..”. Más tarde, cuando a partir
de 1539 el pueblo de Los Villares contó con su propio Concejo, fue ya éste el
encargado de atender a la conservación y mantenimiento de La Puente Baja.
Quizás si algún día se cataloga el archivo municipal, podamos encontrar datos
sobre ello. Lo cierto es que durante siglos este puente tuvo un protagonismo
esencial en la diaria comunicación con la capital, conservando el paraje de la
Puente Baja su antiquísimo papel de descansadero. A ello aluden viejas
tradiciones que aseguran que allí descansó en su litera la Reina Da Juana
cuando fue a Granada a dar definitiva sepultura a los restos de su amado
esposo D. Felipe y que otro tanto hizo el Beato Fr. Diego José de Cádiz cuando
por aquí anduvo misionando a finales del siglo XVIII. El Puente, construido en
recia sillería trabada con una fortísima argamasa, tenía casi treinta metros de
longitud y la caja de su calzada era sumamente angosta pues apenas superaba
los dos metros. Disponía de dos ojos dispuestos en arco de medio punto, cada
uno con unos dos metros y medio de radio. La altura desde el lecho del río
hasta la clave del arco era de unos tres metros y medio. Entre ambas arcadas
existía un recio tajamar semicilíndrico que las separaba. La calzada, viniendo
desde Jaén, ascendía en suave rampa hasta el centro del primer arco,
descendiendo luego suavemente. A uno y otro lado la delimitaban unos
estrechos y recios pretiles de poca altura. Las sucesivas reparaciones
efectuadas sobre el puente original acabaron por desfigurarlo algo, por lo que a
comienzos del presente siglo su visión frontal era un tanto asimétrica. Cuandoen 1913 D. Enrique Romero de Torres acometió la apasionante tarea de visitar
los pueblos giennenses para redactar las fichas de su “Catálogo Monumental”,
estuvo en Los Villares. Sólo le llamaron la atención dos cosas: la Iglesia
parroquial y La Puente Baja de la que redactó esta ficha: “Núm 218
Poco
antes de llegar a Los Villares hay un puente romano de la calzada que
partiendo de Jaén por el camino viejo iba a Los Villares, de aquí a
Valdepeñas y de allí continuaría hasta Alcalá la Real pasando por las
ruinas de Encina Hermosa. No he podido hacerme de una lápida con
inscripción romana que se ha descubierto recientemente próxima al
sitio donde está el puente romano que doy a conocer” Y acompañaba
esta ficha con dos fotografías. Para entonces la Puente Baja dejaría de cumplir
su función viaria. La construcción de la carretera J-C3221 Jaén-Alcalá la Real
había forzado a trazar nuevo camino unos metros aguas abajo y a levantar un
moderno pueste adecuado al tránsito de vehículos a motor. Además, unas
grandes avenidas reiteradas en los primeros años de siglo forzaron el antiguo
cauce del río creando un amplio meandro con sus aluviones, lo que hizo que la
Puente Baja se quedara en seco. Tal circunstancia hizo posible un estudio
directo, pero a la vez inició su camino a la ruina, pues al quedar sin uso y
totalmente accesible, en buena parte oculto por la vegetación silvestre, hubo
algunos desaprensivos que poco a poco le fueron arrancando sillares para
aprovecharlos en otras construcciones. Todavía en 1922 estaba en pie y en
aceptables condiciones, siendo meta de las excursiones y visitas que desde la
capital promovía el cronista Alfredo Cazaban.
Nº5
Curso 96/97
segundo trimestre
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