lunes, 16 de diciembre de 2013

NUESTRO PASADO La Puente Baja, un pasado olvidado

Para ayudarnos a conocer la historia de nuestra localidad y su entorno contamos con la valiosa ayuda de D. Manuel López Pérez, Cronista Oficial de Los Villares. D. Manuel vivió su adolescencia y juventud en nuestro pueblo y desde entonces se dedica a investigar su pasado. En 1969 consigue el premio nacional “Primeras llamadas a los Pueblos” por un estudio sobre Pedro delAlcalde. En la actualidad pertenece a diversas instituciones y corporaciones culturales. Es autor de varios trabajo históricos y de libros como: “Las cartas de D. Rafael”, “Jaén: calles con encanto”, “Jaén en la distancia”... En 1995 la Corporación Municipal le designa Cronista Oficial de Los Villares. Nuestro agradecimiento a D. Manuel por su trabajo y su colaboración al pueblo y al periódico. “Uno de los objetivos que toda persona debemos formularnos en nuestra vida es habituarnos a conocer, valorar y comprender las múltiples cosas -grandes o pequeñas- que conforman el pueblo donde nacimos o donde vivimos. En nuestro caso concreto, Los Villares ofrece un largo y amplio repertorio de valores históricos, artísticos, costumbristas, etnológicos, naturales, etc, que cada uno, en la medida de nuestras posibilidades, debemos resaltar y divulgar. En mi condición de cronista quiero llamar la atención sobre un enclave muy popular en el término municipal de Los Villares, pero escasamente valorado. Me refiero a “La Puente Baja”. Se localiza este enclave a poco más de un Kilómetro del pueblo, donde el Río Frío recibe la torrentera del Arroyo de los Puercos y se cruza con la carretera que viene desde Jaén. Es lugar de grata belleza natural, donde las suaves lomas que bordean el río empiezan a encresparse para convertirse a poco en ese impresionante monumento natural que son las Cimbras, por donde el río se adentra en el término de Jaén. Desde tiempo inmemorial existieron una serie de rústicas, pero eficaces, vías de comunicación denominadas cañadas reales, cordeles y veredas, que posibilitaban el tránsito de unos lugares a otros, fomentando las relaciones humanas y comerciales y sobre todo los desplazamientos de los rebaños, entonces básicos en la organización comercial, industrial y agroalimentaria de los pueblos. Por eso, desde su creación en 1273 hasta su extinción en 1836, el Honrado Consejo de la Mesta veló rigurosamente por el mantenimiento y el buen uso de estos caminos. Una de aquellas vías de comunicación era la Cañada Real que partía de un descansadero y aguadero de ganado sito en el término de Jaén en el paraje conocido por “Pilas de Riocuchillo”, seguía por la falde de Jabalcuz hasta alcanzar el “Portichuelo de Castro” y desde allí descendía hasta llegar a Los Villares, donde se unía con otra cañada que procedía de Martos. Esta cañada gozó de gran importancia a partir del siglo XV, pues una vez conquistado para Castilla el reino nazarí de Granada, hacía posible la comunicación Jaén-Granada a través de la ruta Jaén- Los Villares-Valdepeñas-Castillo Locubín-Alcalá la Real. Fue pues un camino muy utilizado en tiempos medievales por los ganaderos, empleado una y otra vez en las expediciones logísticas y militares que precedieron a la campaña de los Reyes Católicos para conquistar Granada y frecuentado de forma habitual cuando en el siglo XVI se plantea el gran proyecto de la colonización de la hasta entonces abrupta y solitaria Sierra de Jaén. Cuando esta cañada real bajaba de las estribaciones del Portichuelo se encontraba con un problema natural: el cruce del Río Frío. En épocas normales no existía mayor problema porque el río, por su escaso caudal, que aquí se extendía en razón a la baja cota del terreno, era fácilmente vadeable dado su poca profundidad. Pero en años de lluvias el caudal aumentaba y además en la angostura de “Los Remansos”, junto al viejo molino del Romano, las avenidas solían formar una presa natural a base de las ramas, troncos y piedras que arrastraba, con lo que el río experimentaba una notable recrecida cuya cola llegaba precisamente a la cañada real, cortando el paso. Por eso se hizo necesario construir un sólido puente que permitiera tener siempre libre y expédito el camino Jaén-Los Villares. Nació así el denominado “Puente de Los Villares”, que ya bien avanzado el siglo XVI y creado y habitado el pueblo, se comenzó a conocer por“La Puente Baja”, para diferenciarlo de otros puentes existentes en el curso alto del río. Desconocemos cuando se alzó tal puente. Algunos, con evidente ligereza, lo han datado en época romana, lo cual no es probable. Ya el historiador villariego Eduardo Campos (1870-1957) lo señalaba cuando escribía en 1922: “...se ha dicho que no pertenecía a la época romana, sino que estaba levantada en tiempos posteriores, quizás hacia el evo medieval y seguramente por alarifes pertenecientes a la Edad Media..” Y así debió ser. La Puente Baja debió construirse a expensas del Concejo de Jaén en la Edad Media. Fue muy utilizada y por su posición geográfica debió señalizar un descansadero de gran amplitud, que marcaba el final de una etapa de camino ya que aun no se había levantado el pueblo. Un texto tan significativo como los “Hechos del Condestable”, al consignar una de las expediciones guerreras que la gente de Jaén acaudillada por el Condestable D. Miguel Lucas de Iranzo dirigió contra los moros de Montefrío, en el reino de Granada, hace esta referencia datada en lunes 16 enero de 1463, víspera de San Antón: “.. E luego el lunes en la tarde partió de Jaén el Condestable con hasta seiscientos rocines y dos mil hombres de pie y muchos paveses y escalas y lombardas y serpentinas y otras artillerías de guerra y fue a dormir a La Puente de Los Villares, que es a una legua de Jaén, camino de Alcalá la Real por la Sierra, con la mayor alegría que se podría pensar ni decir y con tanto secreto que personas de cuantas iban con él no sabían donde iban...”. La cita nos indica pues el simbolismo referencial que tenía la Puente Baja en el siglo XV. Su utilidad práctica era indudable y en las actas del Ayuntamiento de Jaén, a quien correspondía el mantenimiento y conservación del puente, es frecuente localizar acuerdos a ello referentes, tomados sin duda tras algunas lluvias torrenciales. Así, en el acuerdo de 14 de octubre de 1500 consta que los regidores de la capital: “...mandaron tomar de los maravedíes de la obra (...) dos o tres mil maravedíes para adobar la Puente de Los Villares (...) e después se tornará a la obra los dichos maravedíes..”. Y en otro acuerdo de 30 de enero de 1555 se dice: “...En este día la ciudad mandó que Francisco de Escalona, albañil, vaya a ver la Puente de Los Villares y el daño que tiene y reparo que le es menester..”. Más tarde, cuando a partir de 1539 el pueblo de Los Villares contó con su propio Concejo, fue ya éste el encargado de atender a la conservación y mantenimiento de La Puente Baja. Quizás si algún día se cataloga el archivo municipal, podamos encontrar datos sobre ello. Lo cierto es que durante siglos este puente tuvo un protagonismo esencial en la diaria comunicación con la capital, conservando el paraje de la Puente Baja su antiquísimo papel de descansadero. A ello aluden viejas tradiciones que aseguran que allí descansó en su litera la Reina Da Juana cuando fue a Granada a dar definitiva sepultura a los restos de su amado esposo D. Felipe y que otro tanto hizo el Beato Fr. Diego José de Cádiz cuando por aquí anduvo misionando a finales del siglo XVIII. El Puente, construido en recia sillería trabada con una fortísima argamasa, tenía casi treinta metros de longitud y la caja de su calzada era sumamente angosta pues apenas superaba los dos metros. Disponía de dos ojos dispuestos en arco de medio punto, cada uno con unos dos metros y medio de radio. La altura desde el lecho del río hasta la clave del arco era de unos tres metros y medio. Entre ambas arcadas existía un recio tajamar semicilíndrico que las separaba. La calzada, viniendo desde Jaén, ascendía en suave rampa hasta el centro del primer arco, descendiendo luego suavemente. A uno y otro lado la delimitaban unos estrechos y recios pretiles de poca altura. Las sucesivas reparaciones efectuadas sobre el puente original acabaron por desfigurarlo algo, por lo que a comienzos del presente siglo su visión frontal era un tanto asimétrica. Cuandoen 1913 D. Enrique Romero de Torres acometió la apasionante tarea de visitar los pueblos giennenses para redactar las fichas de su “Catálogo Monumental”, estuvo en Los Villares. Sólo le llamaron la atención dos cosas: la Iglesia parroquial y La Puente Baja de la que redactó esta ficha: “Núm 218 Poco antes de llegar a Los Villares hay un puente romano de la calzada que partiendo de Jaén por el camino viejo iba a Los Villares, de aquí a Valdepeñas y de allí continuaría hasta Alcalá la Real pasando por las ruinas de Encina Hermosa. No he podido hacerme de una lápida con inscripción romana que se ha descubierto recientemente próxima al sitio donde está el puente romano que doy a conocer” Y acompañaba esta ficha con dos fotografías. Para entonces la Puente Baja dejaría de cumplir su función viaria. La construcción de la carretera J-C3221 Jaén-Alcalá la Real había forzado a trazar nuevo camino unos metros aguas abajo y a levantar un moderno pueste adecuado al tránsito de vehículos a motor. Además, unas grandes avenidas reiteradas en los primeros años de siglo forzaron el antiguo cauce del río creando un amplio meandro con sus aluviones, lo que hizo que la Puente Baja se quedara en seco. Tal circunstancia hizo posible un estudio directo, pero a la vez inició su camino a la ruina, pues al quedar sin uso y totalmente accesible, en buena parte oculto por la vegetación silvestre, hubo algunos desaprensivos que poco a poco le fueron arrancando sillares para aprovecharlos en otras construcciones. Todavía en 1922 estaba en pie y en aceptables condiciones, siendo meta de las excursiones y visitas que desde la capital promovía el cronista Alfredo Cazaban.

Nº5
Curso 96/97
segundo trimestre

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