Dadas las estrechas vinculaciones que tuvo con nuestro pueblo, queremos
ofrecer aquí una evocadora visión de uno de los edificios más notables del
patrimonio histórico -artístico de la capital, lamentablemente- artístico de la
capital, lamentablemente perdido: el Palacio de los Vizcondes de Los Villares.
Aunque la casa solar de la hidalga familia de los Ceballos estuvo -y
afortunadamente está- sita en la Carrera de Jesús, junto al convento
carmelitano de Las Descalzas, cuando D. Francisco de Zeballos Villegas Sainz y
Solórzano (1655-1709) recibe por merced de Felipe V otorgada en 15 de
septiembre de 1707 y ratificada en 2 de mayo del año siguiente el Cizcondado
de Los Villares, la familia comenzó a habitar un edificio de mayor amplitud y
prestacia representativa situado al inicio de la calle Hurtado, inmueble que aun
se conoce con el sonoro apelativo de Palacio del Vizconde de Los Villares. El
edificio respondía al modelo clásico de la casa tradicional de los hidalgos
giennenses que acataron la dinastía borbónica. La fachada se disponía a eje
con una monumental protada adintelada trabajada con sillares resaltados.
Grandes pilastras toscanas sostienen el entablamiento sobre el que se apea el
segundo cuerpo. El dintel decorado con bolsores resalta la clave con una
rotunda voluta decorada con hojas de acanto. Coronaba la portada un elegante
recuadro moldurado rematado con clásico frontón, en cuyo interior lucía
orgulloso rodeado de una barroca placa de hojas carnosas el escudo de la casa,
con un solo cuartel donde resaltaba la Cruz de Calatrava sobre fondo
ajedrezado. Bojó él, en elegante cartela, la data de la obra: AÑO DE 1700. La
portada majestuosa y señorial la considera el profesor Galera modelo e
iniciadora de una amplia serie muy común en las calles de la capital.
Flanqueaban la portada cuatro hermosas rejas -dos por lado- en la planta baja
y a eje de ellas cumplidos balcones dieciochescos en la segunda y tercera
planta, algo menores los de ésta última. Junto a esta fachada principal, la
correspondiente al edificio anexo destinado al servicio de la casa, con amplia
puerta -cochera, mirador acristalado y sobre él una graciosa galería porticada
de cuatro vanos. Atrás, dominando los tejados, la señorial torre -mirador tan
presente en las casas nobles de Jaén, con su cubierta a cuatro aguas, airosa
veleta y ventanales de medio punto. La casa era de las más notables de su
tiempo. El catastro del Marqués de la Ensenada -año de 1752- la reseña así:
“...Don Gabriel de Zeballos y Villalovos, Vizconde de Los Villares posee lascasas de su morada situada en la Calle Hurtado, parroquia de San Ildefonso,
compuesta de vivienda alta y baja, portal, accesoria, bodegas con vasos, patio
con fuente de remanente, pajar caballerizas y corral. Tiene de frente cuarenta
varas y de fondee trece. Merece ganar de alquiler anual, incluso el beneficio de
la accesoria, mil ochocientos reales. Confronta por arriba con otra de Catalina
de Quesada, vecina de esta ciudad y por bajo con otra del convento de
religiosas de Santa Clara de esta ciudad. Está gravada con un censo de
cincuenta reales de principal a favor de la fábrica de la Santa Iglesia Catedral
de la ciudad de Baeza. Sus réditos anuales importan 150 reales...”. Durante
muchos años esta casa-palacio fue un referente esencial para la pequeña
nobleza del Reino de Jaén y sus salones y dependencias contemplaron las idas
y venidas de muchos villariegos que a la casa acudía para cumplimentar, de
grado o por fuerza, a su noble señor. Cuando el Vizcondado de Los Villares fue
a parar, por extinción de la línea de varón, a D. Miguel Avis Benegas Careaga y
Heredia, Marqués de Torrealta en el año de 1854, el inmueble que llevaba
tiempo desafecto a la familia, pues los Cereaga-Zeballos estaban avecindados
en Granada, la casa fue a manos de un giennense ilustre, D. León Esteban
Molino (1846-1921), ilustre letrado, diputado provincial, senador, decano del
Colegio de Abogados, Comisario Regio de Fomento y presidente de la Real
Sociedad Económica, quien al consolidar su residencia en la capital tras su
matrimonio en 1887, promovió una reforma del Palacio, de cuyas líneas
directrices se encargó al ilustre militar y arquitecto D. Rafael Sagrista y Aguirre
(1860-1915), que en agosto de 1892 remodeló la fachada dejándola con el
aspecto con que llegó a nosotros. Tras la guerra civil el edificio, ya muy
deteriorado, pasó a ser la sede del organismo benéfico -asistencial conocido
por “Auxilio Social” allí tuvo sus oficinas durante muchos años. En 1955 la
Comisión Provincial de Monumentos alertó sobre su progresivo deterioro y la
necesidad de rehabilitarlo. Abandonado a partir de 1970 se solicitó su
demolición por un promotor inmobiliario, oponiéndose a ello la Comisión
Provincial del Patrimonio Histórico-Artístico en sesión de 28 de enero de 1980
ante las alegaciones efectuadas por el promotor, la citada Comisión acordó a
que se realizaran obras de adecuación respetando íntegramente la fachada. No
se aceptó esta solución por lo que en 24 de abril de 1985 se remitió todo el
expediente a la Dirección General de Bellas Artes con solicitud de su
declaración como Monumento Histórico-Artístico y declaración manifiesta a
favor de su posible rehabilitación. El litigio continuó durante algún tiempo sin
que desgraciadamente se obtuviera resultado positivo. Y el Palacio fue
demolido para construir en su lugar un bloque de once viviendas y
aparcamientos. El burdo tratamiento, que para cubrir las apariencias, se hizo
de la fachada -de la que se perdió el escudo- puso de manifiesto la sensibilidad
de los responsables de la obra, de cuyos nombres es mejor olvidarse. Así, con
este prosaico final, el histórico Palacio del Vizconde de Los Villares, cuya
imagen afortunadamente conservada en algunos documentos gráficos, forma
hoy parte de la memoria histórica de nuestro pueblo.
Nº20
Curso 01/02
segundo trimestre
Manuel López Pérez
Cronista Oficial de Los Villares
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